domingo, 30 de agosto de 2009

Saltos de página - Cantar de Mío Cid

Hoy, los primeros versos del anónimo Cartar de Mío Cid, en el manuscrito de la BNE, copia que data del siglo XIV de un original firmado por Per Abbat en 1207: "De los sus ojos tan fuertemente llorando..."

sábado, 29 de agosto de 2009

Más tormentas de verano en un verano sin tormentas 3

Todos desean volver a casa, aunque nadie lo dice; quizá los niños. Todos saben que su monotonía les hace dichosos, a pesar de que han presumido delante de todos de que la iban a romper, de que podrían desconectar, de que son clase media con suficiente poder adquisitivo como para transformarse en turistas accidentales una vez al año, o dos, si les da por el masoquismo.
Y hay que hacer fotos de todo, que luego hay que enseñarlas. De la mariscada aquella. De la moto de agua que alquilaste. Tu hermana se morirá de envidia. Graba un vídeo a la niña nadando con sus manquitos nuevos. ¿Luego puedes borrar el trozo en que sale del agua pidiendo pis? Lo que no podrás cambiar es el aire de hastío y de cansancio que se cuela en todas las instantáneas, ni siquiera en las que haces con tu nueva cámara digital adquirida especialmente para la ocasión. Quedará ahí para siempre, como todos los años. Decid "patata", que así se os nota menos ese gesto raro.

viernes, 28 de agosto de 2009

Más tormentas de verano en un verano sin tormentas 2

Nuestro segundo grupo playero objeto de análisis son las laboriosas madres de familia, que insistieron en ir de hotel porque en el apartamento les toca cocinar, fregar y hacer las camas, como en casa, así para qué; se hacen ilusiones de descanso y luego marcan con las arrugas horizontales de su rostro la decepción de no haber enseñado a sus hijos a callar, a atarse las zapatillas, a decidir qué hacer si se aburren, a entender qué son unas vacaciones en definitiva. Las vigilantes madres sienten, además, que el medio amenaza la seguridad de su prole y se afanan en untarles cremas anti-medusas, anti-alergias, anti-uva y anti-picaduras de insectos (anti-prurito en general, podríase decir), y en controlar al mínimo sus horas de digestión, de sueño, de sol. Ni una sola ocasión de tumbarse sobre la arena y cerrar los ojos. Bendito colegio...
¡Quiero irme a casa!
¿Y los niños? Son los que mejor se lo pasan, qué duda cabe. Pero a ratos y cortos, porque si quieren ir al agua es pronto o tarde; si jugar con la arena, sucio; si corretear, nunca lejos; si quedarse quieto y callado, este niño está enfermo. Los hay más o menos renuentes, sin embargo a casi todos, a la media docena de negativas, se les traduce en el gesto la desgana. Al menos en el colegio no les prometen diversión...
¡Queremos irnos a casa!

miércoles, 26 de agosto de 2009

Más tormentas de verano en un verano sin tormentas 1

Si se hace un recorrido visual por la playa, hay pocas sonrisas que inventariar, al contrario de lo que se prodría suponer. La mayor parte de los que están en su añorado periodo de vacaciones siente el desengaño de que haya llegado y se haya realizado, como todo, de manera tan imperfecta. Y se amargan por ello. Los gestos resultan tan lejanos a la beatífica expresión de paz como a la feliz carcajada de excitado nerviosismo ansioso y divertido. Por el contrario, el abanico de posibilidades va desde los labios torcidos de contrariedad a la nariz furiosa de fosas abiertas y grito desmedido, pasando, por supuesto, por la mirada pasiva tras las gafas de sol y la mano señaladora y acusadora del reproche.
Podemos concretar los casos de una forma más concreta y reconocible. Por un lado, los padres de familia, con ese rictus que parece preguntar qué destino puede, además, hacerte pagar con el sudor de un par de meses esa desgraciada porción ilusoria de ocio que acabará cubierto por el constante acarreo de fardos y por horas y horas de conducción hasta llegar al inmundo alojamiento turístico de primera clase sólo en la foto, en el que las sábanas huelen a detergente industrial sin suavizante incorporado, en el mejor de los casos, y que, sí, está cerca de la playa, pero ésta nunca es como la que soñaste.
¡Quiero irme a casa!

martes, 25 de agosto de 2009

Saltos de página - Lorca

Quizá sea demasiado dos páginas seguidas, por muy especiales y desintoxicantes que sean, pero no he podido resistirme a poneros aquí uno de mis últimos hallazgos en la red: es el final de La casa de Bernarda Alba ("Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio!"), en autógrafo del mismo Lorca (cuya letra no es demasiado difícil de leer). Una auténtica joya.

viernes, 21 de agosto de 2009

Saltos de página - Garcilaso

Con vuestro permiso, lectores, a partir de hoy colgaré en este blog, por desintoxicarlo de tanto texto continuo, una serie de imágenes. No fotos de lugares paradisíacos o de cuerpos esculturales o de estampas curiosas. De eso ya está llena la web. Aquí seguiremos en la línea de lo literario y os presentaré imágenes de páginas de libros. No de libros cualquiera ni páginas cualquiera...
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Buen comienzo el de hoy, a mi entender: os dejo el poema de Garcilaso, "En tanto que de rosa y azucena" (en la parte de arriba de la página), en un manuscrito de 1543 impreso por Carles Amorós en Barcelona con el título de Las obras de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega repartidas en quatro libros.

Mierda de libros

Me encuentro, curioseando por ahí, que es la forma más útil de perder el tiempo siempre un poco huero de las vacaciones, con un libro que hace saltar todos mis resortes de atención: Cómo cagar en el monte.
Sí, sí. No es broma. Se trata de un manual -no creáis que es uno de esos libros con título extraño y contenido indefinidamente relacionado con él; su propósito es práctico- que ha obtenido un éxito de ventas más que notable entre los aficionados al senderismo y al excursionismo en general. Defecar en lugares elegidos según una serie de criterios razonables, desmenuzar la deposición y enterrarla a un palmo de profundidad, son las líneas maestras de la técnica descrita.
Dos cosas que me inquietan, al margen de la motivación de su autora, asunto en el que no pienso profundizar (Ni hablar... Me da grima...):
Primero. ¿Quién narices necesita que le enseñen a cagar en el bosque? Mucha gente, a juzgar por el ya referido alto número de ejemplares vendidos. ¿Deberíamos amaestrar a los animales salvajes para que adquirieran la costumbre de hacerlo según las normas que el libro propone? Sin duda sería más (?) ecológico ¿no? Más papistas que el papa, más ecológicos que la naturaleza.
Segundo. ¿Hay temática sobre la cuestión? Pues sí. A poco que uno se ponga a ello, encontraremos en la biblioteca de la caca, libros como (y dejo al margen los dedicados al público infantil y el control de sus esfínteres, del tipo El libro de la caca, o Adiós, cacas, adiós) Caca: una historia natural del innombrable (¿No era este el diablo?), o A la salud por la cagada.
Si leéis alguno de estos educativos títulos, no dejéis por favor de ponerme un comentario ilustrativo.

martes, 18 de agosto de 2009

Tormentas de verano 3

El vuelo estaba siendo tremendamente tranquilo. El aeroplano surcaba un cielo azul sin la más mínima señal de nubes en el horizonte, sin apenas viento, sin novedad.
Por eso resultaba tan extraño que el pasajero 134 ventanilla no parase de vomitar. Nada se movía. No había vibraciones. Ni se alteraba el agua del vaso que le llevaba, por tercera vez, la azafata sobre una bandejita amarilla. El hombre, entre náuseas, miraba por la ventanilla como buscando aire. Pero ya tenía las salidas de ventilación abiertas al máximo. El pelo hasta le ondeaba con la corriente.
Su acompañante no se mostraba muy preocupada. Sonreía afectuosamente cada vez que una señorita uniformada hasta en la sonrisa se interesaba por el estado del caballero. Les decía que no sepreocuparan.
-En un momento se le pasa... Ya verá.
-¿Se va sintiendo mejor?
- No. - Respondía él, con la cabeza medio metida en la bolsa de papel, desalojando de nuevo. Y miraba por la ventanilla, agobiado.
- ¿Está enfermo? ¿Algún problema digestivo? No puede ser que esté mareado...
- Es psicológico. - Afirmó la señora, sonriendo a la azafata. - Hágame caso. No es la primera vez.
- ¿No? ¿Y a qué se debe? Quizá debería visitar a un médico en cuanto llegue a su destino.
- Ya lo hemos hecho, querida. Dos psiquiatras. Ambos estuvieron de acuerdo, después de unas cuantas costosas sesiones, en que no era más que una fobia.
- ¿Al avión? ¿Y la exterioriza con el vómito?
- No. Es su ex. Vive justo en la ciudad que sobrevolamos ahora mismo. Allá abajo. Ni le cuento lo que ocurre cuando viajamos en coche y tenemos que pasar por este lugar...

domingo, 16 de agosto de 2009

Tormentas de verano 2

- ¿Aquí mismo?
- Aquí mismo, Manolo. Planta la sombrilla, que yo voy sacando las toallas.
- ¿Me has cogido el periódico, Maite?
- No. Te he traído ese libro gordo que me echaste en la maleta. Hijo, de verdad... No sé cómo puedes ponerte a leer en la playa.
- ¿Por qué?
- Hombre, aquí se viene a tomar el aire, el sol, a desempolvarse, no a seguir como si estuvieras en el despacho, igual que en casa, todo el día con la cabeza agachada...
- ¿Has traído tortilla de patata o ensaladilla?
- No. Hoy comemos de restaurán.
- ¿Y ese dispendio a qué viene? Te cobran un riñón por una mala ensalada...
- Me ha dado por ahí. Mira tú...
- Pues no te entiendo.
- Que hay que salir de la rutina, Manolo. La tortilla la tienes en casa todos los días. Vamos a comernos hoy una buena paella.
- Sí. La verdad es que la paella no la comemos mucho en casa. Te sale fatal. Y mira que no es difícil.
- Hay que cogerle el punto al arroz y no se lo tengo cogido. ¿Qué le voy a hacer? Una no es perfecta. Hoy, paella en el restaurán. Saca la radio, porfa.
- Deja la radio...
- Anda, que empieza la tertulia del Losantos...
- ¿Pues no la escuchas todos los días en casa? Estamos en la playa, leche. Desempólvate.
- No me hinches las narices, Manolito. Saca la radio del bolso rojo.
- Y veo que no has traído la tortilla, Maitechu, pero sí que te has surtido de pipas: con sal, sin sal y peladas.
- Cada uno se entretiene como quiere.
- Como en casa: radio y pipas. Igual que en casa, todo el día con la oreja pegada y click-clack, pff, click-clack, pff.
- No me jorobes... y pon la radio.
- Sí mujer. Es verano. Alcánzame el libro.

jueves, 13 de agosto de 2009

Tormentas de verano 1

¡Será posible! ¡Maldita sea mi sombra! Me divorcio. Me vengo de vacaciones en junio, que hay menos gente, al quinto pino para estar solo, pagando el suplemento por uso individual de la habitación del hotel, que es algo que nunca entenderé. Me busco el sitio más apartado de la larga playa casi desierta de esta ciudad del norte, que es más para venir en otoño que en verano. El chiringuito más vacío, casi en la bocana del puerto. La mesa más apartada, junto a las papeleras. Pido un gin-tónic, porque en treinta y siete años nunca me ha dejado beber una puñetera copa aquella harpía... Que ya va siendo hora de hacer lo que me dé la santa gana... ¡Solo, por fin! ¡Solo! Para entretener los dedos me pongo a arrancar la etiqueta del refresco poco a poco, con el piquito de la uña... y ¿qué me encuentro? ¡Me ha tocado el premio gordo de la promoción veraniega! Un crucero al Caribe "para compartir con tu pareja siete noches románticas de lujo y relax", y, "por si te parece poca marcha", una estancia en playa Bávaro "con los diez amigos que tu elijas, que estarán esperándote allí cuando desembarques". ¡Mis muertos!

lunes, 10 de agosto de 2009

Sana inocencia

Se decidió a buscar una hipoteca para comprarse ese lugar donde vivir que nuestras madres dicen que necesitamos y los políticos creen que podemos pagar.
Recorrió varias sucursales bancarias del barrio, sin éxito. No tenía ninguna noción de economía, y aquello de las TAEs, el euríbor y las variaciones de tipo le pillaba muy desarmado, así que tomó la determinación de tramitar su préstamo con la persona -no banco, que eso le daba igual- que le transmitiese sensación de honestidad y al que no pillara en un renuncio a lo largo de la charla; nada de gestos de superioridad u ostentación de los gemelos de la camisa, ni eso de dos mil euros de cuota y luego son dos mil quinientos, o a treinta años y luego te hace el cálculo con treinta y cinco. Sin saber nada de dinero ni de números, creyó que tales condiciones lo llevarían a una elección exitosa.
Seis meses se pasó preguntando, en bancos nacionales y extranjeros, de fachada triste o colorida, de nombre y vocación localista o internacional, anunciados en tv o no... Ni una en el clavo. Quien no le miraba como una presa, lo hacía como a un desgraciado sin posibles, y todos, todos, mentían al ofrecer lo que en el cálculo nunca cuadraba.
"Voy a cambiar de estrategia", pensó. "En vez de buscar un banco que me dé sensación de fiabilidad para pedirle dinero, propondré un trato de negocios a alguien en quien confíe. Amigos no me faltan... Y si no, hablaré con mis padres."
Habló con todos sus amigos sin conseguir poder plantear del todo el asunto antes de que le cortaran y cambiaran de tema. Desde entonces lo miraban como los directores de sucursal que se acariciban la corbata mientras tecleaban en el ordenador su nombre para ver si era solvente o no. Decírselo a su padre fue violento: "Quién presta dinero a un amigo pierde amigo y dinero", le contestó, "O hijo y dinero, que tanto monta".
Comprendió entonces que era de ilusos buscar un banquero afable: sólo te presta dinero quien te odia lo suficiente como para exigírtelo luego.

viernes, 7 de agosto de 2009

Sana vergüenza

Discusión de pareja. Noche de verano, con los balcones abiertos. Él fuma en silencio echado hacia adelante con los codos apoyados en las rodillas; ella habla con calma, sin alzar la voz, y mira de vez en cuando al techo y permanece así un rato, inclinada la espalda sobre el cerco de la puerta que da al pasillo a cuyo fondo se ve una luz mortecina, de lamparita de mesilla de noche.
- Eres un sinvergüenza. Un cerdo. Un canalla. Y encima me lo dice... No sólo te acuestas con esa perra; encima me lo cuentas, como si tuvieras que presumir de hazañas. Si yo sé lo que tú eres en la cama... Lo que no entiendo es qué ha visto ella en ti, porque poco hay. Miserable. Todos estos años aguantándote, pensando que era una mala racha, que volvería a ser todo como antes, y vas y te tiras a la primera que se te cruza. Y me lo cuentas. De sopetón. Sin avisar. Llegas del trabajo agotada y te encuentras con que tu marido tiene que hablarte, ¿de qué?, de que se va de picos pardos en cuanto te das la vuelta. ¿Te gastas nuestro dinero en ella, también? Es lo que faltaba, yo deslomada para que el señorito se las dé de dadivoso. Porque seguro que saca algo de ti. Tú no mereces ni mucho menos la pena; algo le darás que le sirve. Pero tú no eres lo que busca. No te hagas ilusiones. Esa quiere sacarte lo poco que tienes. Lo que tenemos. La habrás invitado a cenar, alguna joya... Lo que está claro es que, mírate, no ha sido porque hayas despertado la pasión de nadie, capullo. Das pena. Casi tanta como yo, aquí aguantando el chaparrón cuando tendría que coger la maleta e irme dando un portazo. Nunca has servido para nada: ni como marido, ni como hombre, ni como persona. Y, por si fuera poco, se va con otra... Ya ves.
Tres minutos y cuarenta y dos segundos de silencio. Casi un cigarrillo.
- Siento habértelo contado, Mónica.
- Ni me nombres.
- Siento habértelo contado, Mónica. Quizá debería haber hecho como tú, y callármelo... Sí. No me mires con la boca abierta. ¿Creías que no lo sabía? Quizá sea un miserable y un cerdo y un capullo y yo qué sé, pero al menos no te miento. Y yo te quería cuando me casé contigo. Tu a mí no. ¿Por qué lo hiciste? Nunca te he pedido cuentas por lo que te he dado. Tú a mí sí. ¿Me vas a traer la factura? Nunca he creído que eras poca cosa, ni siquiera lo creo ahora. Tú me desprecias: ¿que nadie puede enamorarse de mí? Desde luego, tú nunca lo estuviste, eso es cierto. No he tenido contigo sólo un compromiso, que es lo único desde hace años te ata a ti conmigo. ¿Sólo papeles? Nunca te he exigido quedarte, ni te he pedido la pasión que no sientes. Soy incapaz de odiarte, de engañarte, de chantajearte. Si yo estuviera en tu lugar, te daría un beso y me iría. Pero claro, yo soy un sinvergüenza...
Diecisiete segundos de silencio.
Se levantó. Le dio un beso, y se fue, cerrando la puerta con cuidado.

martes, 4 de agosto de 2009

Sana envidia

Sus miradas se cruzaron en un gesto agrio, previo al consiguiente recorrido visual de arriba abajo que siempre se da en tales circunstancias: ¡llevaban el mismo vestido! La fiesta anual de la mafia, todos los capos del país allí, sus mujeres, sus amantes, sus mammas, y ¡ellas llevaban el mismo vestido! Fucsia, con escote palabra de honor y falda vaporosa de plisado fino irregular. Diseño italiano, por supuesto. Una pasta gansa. Y lo de menos es eso: la humillación era insufrible para ninguna de las dos. La alta sociedad del crimen organizado comentando en murmullos lo cómico de la situación, preguntando la filiación de las protagonistas de la conjunción de destinos, lamentando entre risitas la mala suerte que nos hace a unos afortunados y a otros desgraciados.
Sus maridos, del brazo de sus cónyuges, permanecieron ajenos a lo que ocurría hasta que sendos codazos y avances de barbilla mutuamente dirigidos les integraron en la bulla general.
Si tu mujer te hace gestos como los señalados en una ocasión como la descrita, tienes dos opciones: decir "¿Qué mas da?", o "Lo solucionaremos, querida".
Las dos parejas, algo abochornadas, se apresuraron a abandonar el salón en busca de un espacio más reservado que les permitiese el receso. Cuchichearon ambas parejas respectivamente en un extremo y otro de las oscuridades de la terraza y ellas, las dos, cogieron su teléfono y marcaron un número. Hicieron una breve llamada antes de volver al acto social.
Una vez allí, ya decaído el interés por la coincidencia indumentaria, trataron las dos damas de no perderse de vista, pero sin mostrarse atención.
Unos veinte minutos después, a las dos les sonó el teléfono casi a la vez. Una señora recibió la mala noticia de que su hijo, mientras jugaba al golf en el club de campo, había sufrido un accidente desgraciado: una pelota perdida había abierto su cabeza como una cáscara de nuez. Marido y esposa con vestido repetido salieron corriendo hacia el hospital. La otra señora fue informada de que su preciosa mansión del acantilado estaba ardiendo por los cuatro costados, quizá por una explosión de gas. Se ausentó este segundo matrimonio también apresuradamente de la fiesta, con el fin de ocuparse de salvar lo que fuese posible.