lunes, 28 de marzo de 2011

Ángel Muñoz Calvo

Hay personas que solo con existir equilibran el universo.
Hombres que no son simples piezas de la máquina.
Profesores que dan algo más que clases.
Amigos que dan mucho más que confianza.

Yo he conocido a alguien así: Ángel.

Desde que sé que ha muerto, percibo una inestabilidad en las cosas, un hueco que va más allá del espacio vacío, una tristeza que trasciende la pena del luto.
Como si algo no encajara.
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Fui con él amigo desagradecido y despegado. Disfruté poco (me parece ahora tan poco...) de su conversación y de su compañía entre los libros amontonados de su despacho: tenía muchos libros, regalaba muchos libros. Había leído muchos libros. Dejé para "cualquier día", como si uno fuese dueño de su tiempo, visitas que ya son imposibles, cafés que no tomaremos.
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No te extrañe que un día de estos me pase por tu casa y, olvidando que no estás, toque el timbre y pregunte por ti, y Beatriz me conteste y yo caiga en la cuenta, y me ponga a llorar en plena calle de la Magdalena como una ídem (ingenio quevedesco y conceptista de los tuyos).

Como lloro mientras escribo este lamento, que ni es elegía ni es nada...
Que no es lo que tú merecerías que yo fuese capaz de escribirte.


viernes, 18 de marzo de 2011

Avanza


Caminaba por la calle, con un absurdo monólogo interior desordenadamente orbitando en su cerebro alrededor del pensamiento obsesivo que le comía las entrañas desde días atrás: No puedo más.
El aire resultaba especialmente denso y difícil de tragar; se quedaba como coagulado a la altura de la garganta a cada jadeo incompleto. Quizá se trataba del fluido asfixiante de la muerte.
La astenia primaveral puede ser el tiro de gracia para los que cierran los ojos del todo cuando les da el sol, para los que no tienen opción de sentir la lluvia de marzo, copiosa, arrasadora, porque nacieron con un paraguas de sombra que les hace ajenos a la presencia de todo lo que no esté a la altura de los tobillos, incluidas las miradas y los gestos de los demás.
Pensar es un veneno para los que no saben más que concluir tristezas en cualquier silogismo.
Rendirse suele llevar a morir, y hacía tiempo que tenía firmada en el cajón de la mesilla de noche la claudicación incondicional, para cuando se la pidieran. Si es que hay alguien que pida algo tras la batalla perdida de vivir.
Por eso, allí, entonces, se murió, como una bombilla que se funde; al mismo tiempo que una estrella sin catalogar se apagaba en medio de una nebulosa de millones de estrellas a miles de años luz.
Macrocosmos y microcosmos.
Y no deja de ser pretencioso comparar una persona con una estrella.