lunes, 25 de enero de 2010

El chino en chino o lo que sea

Hay un chino a la salida del metro de Argüelles. No digo está, digo que hay un chino allí, porque estar siempre equivale a haber. No digo un restaurante ni una tienda: un chino de China o de Korea o de Vietnam o de Tailandia... No sé.
Vende flores los viernes y sábados a las parejas que van o vuelven de cenar; los días de diario puede ofrecerte bambús de la suerte o juguetitos articulados de madera. En navidad vende gorros de papá noel o cuernos de reno de felpa con luces. Cuando llueve, paraguas. En verano lleva bebidas frías en una mochila.
Ni mira ni se acerca a nadie. Solo sonríe, se inclina servilmente y muestra su mercancía repitiendo una cantinela insistente e indescifrable, unas palabras que ninguno de quienes pasamos por allí parecemos escuchar. No nos importa lo que diga el chino. Si te pilla la lluvia, tienes sed o quieres dar la campanada obsequiando de baratillo a la pibita que te has llevado a comer shushi (es muy pijo el shushi, pero no es chino, es japonés), te aproximas tú a él y le gritas señalando ¿cuánto?; reduces a la mitad la suma de lo que te diga y te alarga las dos manos, una con la palma en cuenco y la otra con el paraguas, la cerveza o la flor. Sonriendo y mascullando la canción esa que no para de repetir. Qué se yo lo que dice. Algo raro en chino, coreano, vietnamita o tailandés, que te persigue unos metros mientras te vas sin decir adiós.
¿Sabéis lo que creo que dice el chino mientras sonríe, mientras nos muestra cómo sus paraguas se abren y se cierran, mientras se recoloca el manojo de flores, mientras mueve con maestría el juguetito articulado de madera? Nos maldice. Que te parta un rayo, que te mueras pronto, ojalá no llegues donde vas... Yo, si fuera el chino, diría eso.

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