martes, 30 de agosto de 2011

Primera plana



Si yo alguna vez dirigiera un periódico o decidiera a lo Murdoch qué se publica en alguno de ellos, mi noticia de primera y con foto, todos los días, sin excepción, sería el número de personas muertas de hambre que suma el total de nuestra negligencia. Así a diario, hasta que la sociedad, todos nosotros, tomáramos conciencia de que eso es lo que realmente está pasando en el mundo y que todo lo demás, como mucho, es secundario: la bajada de la bolsa, la caída de los gobiernos, la actualidad cultural, los fichajes deportivos...
No entiendo cómo los informativos televisivos pueden abrir destacando lo que pierden las grandes empresas en el Dow Jones, ni que se diga por todas las emisoras de radio sin rubor que un jugador de fútbol ha fichado por un equipo que ha pagado por él veintitantos millones de euros, ni que se haga hincapié en las conversaciones de ascensor sobre el sufrimiento alegre de los turistas que invaden la ciudad y sudan la gota gorda entre monumento y monumento.
Y mientras tanto, de colofón, como nota curiosa del un telediario lleno de tópicos típicos y consejos absurdos (beber, ir por la sombra... ¡somos tontos o qué!) para soportar la ola de calor de todos los veranos (¡hace calor como todos los veranos!), al final de los deportes y justo antes del tiempo, se deja deslizar que si antes de que lleguen las luvias no siembran pronto en el cuerno de África unas semillas que no pueden pagar, la hambruna millonaria en muertos se convertirá en una catástrofe ya inconmensurable.
Sigamos de vacaciones.
Cuando nos toque a nosotros nos extrañaremos de que nadie haga nada.
Me da miedo.

No desvíes la mirada de estas fotos. No son efectos especiales.



jueves, 25 de agosto de 2011

La condición humana de los políticos


No es cuestión de clase, ni de cultura, ni de moral: ser político atonta y corrompe.
Llego a tan clarividente y estricta conclusión sin excepciones después de ver un documental de la televisión catalana sobre la crisis económica en Islandia y las revueltas populares a las que dio lugar. No recuerdo el título del programa (ah, memoria fungible), con el que me tropecé zapeando de madrugada entre un remolino de teletiendas, astrólogos y concursos en redifusión, pero me sedujo su carácter puramente revelador, sin voz de fondo que dirija la tesis de partida hacia su prueba, sin escenas de archivo para rellenar, sin entrevistas planificadas con trasera de croma geométrico y relajante: tan solo aparecía gente hablando, moviéndose por la ciudad o por sus casas, conversando con sus vecinos (de vez en cuando se intercalaba algún fragmento de informativo televisado para poner en contexto lo que se decía en el desarrollo de la línea de testimonios directos).
Entre otros, nos encontramos en el avance del documento con un paladín de las libertades (los nombres no son lo mío, ya digo) que, parado y sin expectativas de futuro por la crisis económica, se echó a la calle para formar parte de una revolución que exigiese responsabilidades a los culpables y un cambio de ideología para buscar una la solución.
En un momento determinado, este manifestante se convierte en la voz de muchos, en líder de masas. Y pasados unos meses, en las elecciones convocadas para hacer efectivo ese cambio de timón que solicita el pueblo islandés, se presenta como cabeza de lista de un partido político que tiene opciones de representatividad. Habla ante la cámara y dice que salir elegido como diputado sería una solución... ¿Para qué?. Atención: "Es un sueldo fijo." Según su hijo, que papá tuviera trabajo arreglaría muchas cosas en casa. Su mujer plancha al fondo de la habitación y asegura que para ella es toda una novedad planchar camisas porque su marido nunca las ha usado, algo que parece hablar en pro de una conciencia de clase que casi se da por supuesta; entonces él se acerca y le dice, sin "por favor": "Necesitaré once más." Fin de la escena.
Sueldo fijo nada desdeñable, once camisas impecables y una mujer dispuesta a planchar es lo que encontré detrás del luchador por la libertad anticapitalista, parado y, como se suele decir, un hombre corriente.
Y eso en Islandia, que sabemos que los nórdicos y su sociedad serena y productiva son modelo a seguir.
Apuesto lo que sea a que al ser más íntegro del universo le das un escaño de diputado y se convierte automáticamente en eso mismo, con ligeras diferencias de escala...

domingo, 21 de agosto de 2011

Reliquias del siglo XXI


Se me junta que ayer leía este impresionante recopilatorio de las más extrañas y recientes apariciones de Cristo (un señor con barba, al menos) y la Virgen (o una señora vestida de largo, quizá) en los más increíbles soportes (una patata frita, en un jamón, en un cheeto...), con que me entero de que han traído a Madrid, por aquello de la visita papal y para ser custodiada en la Catedral de la Almudena, una reliquia de Juan Pablo II que consiste en una muestra de sangre extraída al pontífice poco antes de su muerte.
A mí, personalmente, y que me perdone alguien si se ofende, me da risa lo de la imagen del Crucificado en un salchichón o de la paloma de Pentecostés en una paella. Estoy en mi derecho. Pero lo de la sangre de Wojtyla me da qué pensar. Tiene todo esto un regusto medieval que no me agrada nada: me lleva a la mentalidad de los que veneraban brazos incorruptos de santos despedazados en el trance de su último suspiro (espero que ya muertos, aunque el ansia de piedad podría llevarnos a extremos que es mejor no cuestionarse). ¿Necesita un católico (hablemos de los del siglo XXI) del dedo amputado de alguien para confirmar su fe? ¿Y de la sangre de un pobre anciano moribundo? La religión trasciende las dimensiones de la adoración para pasar a los del fetichismo caníbal. Atávico.
Todavía cabe preguntarse qué otros fluidos o partes del cuerpo del anterior Papa estarán reservados para el fervor popular en alguna nevera...
No lo entiendo. Como no entiendo guardar el pelo muerto de alguien como recuerdo de su contacto, o una flor seca en un libro para recordar un momento especial... En todo caso, esos objetos nos recordarán lo que no era esa persona y lo que ya no es ese momento.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Todos empresarios


Escucho periódicamente las frivolidades del presidente de la CEOE, sus lúcidas y equilibradas declaraciones sobre esos asalariados que encima de que tienen trabajo, quieren un sueldo; sobre esos emprendedores-redentores de la sociedad que arriesgan su sangre y su sudor por crear riqueza; sobre esos funcionarios vagos y matones a los que les piden un papel en la ventanilla y te lo arrojan a la cara o te patean los riñones mientras salen para tomarse un café.
A mí también me gusta jugar con tópicos. Ahí voy.
¿Qué pasaría si todos fuéramos empresarios?
Primero, tendríamos que contar con capital, claro. Dos opciones: naces rico en dinero y se lo pides a papá, o naces poseedor de valores hipotecables y se lo pides al banco (el banco es una empresa que funciona por este mismo principio). Olvídate de existir en este universo paralelo si tú y tus avalistas carecéis de propiedades con las que garantizar el pago de la financiación; olvídate también de existir si lo único que tienes son tus manos para trabajar o tu cabeza para tener una buena idea: un sueldo nunca da para convertirse en empresario y una idea sin capital es una mala idea.
Segundo, una vez constituida mi empresa, el objetivo primordial sería la rentabilidad, obviamente. Si alguien necesita de mis servicios que los pague, y cuanto más caros mejor. Menos mal que habrá competencia... Pero, ¿y si nos ponemos de acuerdo todos y cobramos lo mismo? Decidimos el precio y listo. Que no puedes pagarlo... pues fuera de este universo paralelo.
Tercero, que a nadie se le ocurra hablar de impuestos: los hospitales, los colegios, la seguridad... todo es susceptible de convertirse en empresa rentable. ¿Quién necesita un Estado que redistribuya unos mínimos recursos? El mercado es el mercado. ¿No puedes pagarlo? Fuera de este universo paralelo. Pon tu propia empresa. Ya... Es que no tengo dinero ni avales. Pues entonces, crea tu propio universo, chaval.
Cuarto, saca tu empresa a bolsa: da igual lo que fabriques e incluso lo que vendas, porque si convences a todos de que puedes pagarles una determinada cantidad de rédito, te confiarán su dinero y será imaginariamente tuyo hasta que se volatilice (nunca todo; Suiza es lo que buscas). Pero tranquilo, ese dinero es humo. Nadie te quitará tu cochazo ni tu chalecito. La bolsa es así, unas veces se gana y otra se pierde. Te declaras insolvente y solucionado.
Con la hipoteca que hagas sobre tu segunda vivienda en la costa, esa que te construiste con los beneficios no reinvertidos (casi todos), vuelves al banco y a empezar de nuevo. Recuerda que el dinero ni se crea ni se destruye, solo cambia de manos. Va y viene.
Eres un hombre hecho a ti mismo. Has surgido de la nada, bueno, de la casi nada (no olvides ese punto de arranque que era tener patrimonio con el que comenzar el círculo). Te has ganado lo que tienes partiendo de lo que tenías.
Este universo paralelo es imposible si no tenías nada.