miércoles, 1 de junio de 2011

El ladrón de bicicletas

Siempre he pensado que El ladrón de bicicletas, es un obra maestra.
De Sica consigue sacar la rabia de lo más profundo de mí con esa escena final.
Ni Lukacs con Historia y conciencia de clase me hizo llegar a conclusiones tan drásticas como ese minuto de película.Aunque el tema, cierto es, trasciende la simple (nunca tan simple) lectura social y entra de lleno en la ética.
Y aquí es donde quiero llegar: tuve ayer la oportunidad de volver a ver esta obra maestra del cine y me di cuenta de que le sobra algo. Sí. Le sobra la voz en off moralista, el narrador que cierra la visión del espectador con una moraleja universalista condicionada y condicionante. La película dice mucho más de lo que ese segundo plano quiere interpretar como los sacerdotes de todas las religiones interpretan sus textos sagrados, como los que van de listos interpretan lo que pasa ("Eso es como todo...") y prevén la linealidad del porvenir anticipando conclusiones.
Ese pobre hombre (nunca mejor dicho, en todos los aspectos pobre: de dinero, de ánimo, tonto por bueno, bueno hasta no poder ser malo, destinado a no poder hacer ni siquiera justicia poética), en el que veo a mi padre (recuerdo parecido el rostro, el gesto y las manos de mi padre cuando yo era niño; incluso lo constato en algunas fotos viejas) y me veo a mí (mis manos, mi cara, llevando de la mano a mi hija en medio de un mundo en blanco y negro lleno de gente que solo pasa, como figurantes sin diálogo), representa a todos los que no sabemos engañar, no tenemos fuerzas para devolver la bofetada, no llegamos a comprender la venganza pero sabemos muy bien lo que es la desgracia porque se nos ha transmitido genéticamente, como el hambre honrado de nuestros antepasados se escribe en nuestra manera de comer o nuestra mueca constante de sorpresa revela la ignorancia de quienes nos configuran.
¿Orgullo imposible? No. Yo siento algo parecido al orgullo cuando el ladrón de bicicletas comprueba que no puede robar una bicicleta. Mezclado con rabia, pero orgullo.

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