Envuelvo mis labios con tus besos
soñolientos
que recuerdan al perfume adormecido de tu
nuca.
Y arrastro las cadenas que cuelgan de tu
cuello,
como el fantasma que a veces pasa por tus
ojos.
Me hundo en el pozo de esos astros
alejados del sol,
mirando arriba el redondo acariciar
que concede tu sonrisa.
Y peleo con la lógica testamentaria de tus
labios,
que me dicen que me quieres;
y me odian.
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