lunes, 28 de marzo de 2011

Ángel Muñoz Calvo

Hay personas que solo con existir equilibran el universo.
Hombres que no son simples piezas de la máquina.
Profesores que dan algo más que clases.
Amigos que dan mucho más que confianza.

Yo he conocido a alguien así: Ángel.

Desde que sé que ha muerto, percibo una inestabilidad en las cosas, un hueco que va más allá del espacio vacío, una tristeza que trasciende la pena del luto.
Como si algo no encajara.
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Fui con él amigo desagradecido y despegado. Disfruté poco (me parece ahora tan poco...) de su conversación y de su compañía entre los libros amontonados de su despacho: tenía muchos libros, regalaba muchos libros. Había leído muchos libros. Dejé para "cualquier día", como si uno fuese dueño de su tiempo, visitas que ya son imposibles, cafés que no tomaremos.
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No te extrañe que un día de estos me pase por tu casa y, olvidando que no estás, toque el timbre y pregunte por ti, y Beatriz me conteste y yo caiga en la cuenta, y me ponga a llorar en plena calle de la Magdalena como una ídem (ingenio quevedesco y conceptista de los tuyos).

Como lloro mientras escribo este lamento, que ni es elegía ni es nada...
Que no es lo que tú merecerías que yo fuese capaz de escribirte.


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