miércoles, 14 de septiembre de 2011

Nemirovsky


Últimamente me ha dado por las lecturas fresquitas y veraniegas. Y así me va...
Los perros y los lobos, de Irène Nemirovsky me ha decepcionado. Es un cuento de hadas con toques de romanticismo francés y victimismo judío, todo entremezclado. Como un gran pastel de varios pisos, cada uno de un sabor a más alto más dulzón y terminando en un inefable almíbar pegajoso.
Incluso estoy sorprendido de su éxito de ventas, porque no hay en este libro ingredientes de gran audiencia: ni la acción trepidante de El código Da Vinci, ni el juego psicológico de Stephen King, ni el entramado intrigante de La tapadera o El jardinero fiel... No sé. Ni eso. No me encaja que tanta gente haya encontrado en una nueva versión de la Cenicienta, ahora con toques de pintora bohemia y Oliver Twist, motivo suficiente para convertirlo en superventas internacional. El secreto puede estar en la propia autora, cuya biografía, desde luego, es casi más novela que sus escritos; eso siempre resulta. Muchos leen al escritor no el libro. Y, en este caso, los paralelismos son muchos entre uno y otro, porque la vida de Nemirovsky es sin duda la materia prima de esta historia. También puede ser que el estilo, a momentos decimonónico y siempre relamido, sea una baza comercial para cierto tipo de público con ínfulas de culturilla. O la superficialidad de la mirada narrativa, atenta hasta la exasperación a los matices de color o el tacto de texturas, que es una clave para establecer el retrato robot del lector potencial, para el que la sensualidad es primordial en el relato, por encima del avance de la acción y de la profundidad de los personajes.
"No hay libro tan malo que no tenga algo bueno", decía Cervantes. Pues sí: la descripción de los personajes, sobre todo al principio del libro, demuestra que la escritora dominaba la técnica del retrato; además, la voz narradora es clara y femenina, delicadamente sutil, en algunos pasajes
que atribuyen destellos de personalidad al conjunto.
No digo más. Allá vosotros.

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