domingo, 11 de septiembre de 2011

Plataforma, de Houllebecq


Desde hace tiempo tenía interés en echarle el ojo a algo de Houllebecq. Tuve ocasión de leer unos versos suyos, un adelanto en la prensa de su último poemario, y me llamaron la atención. Ahora, estos días, ha caído en mis manos un ejemplar de Plataforma que no he dejado escapar. Es prosa; una novela extraña y multiforme como aquellos poemas.
Desde luego, el autor domina el lenguaje; juega con él y lo transforma de coloquial en comercial, de descriptivo en filosófico, de reflexivo en analítico. Además, está de fondo ese juego mismo con la acción, que se presenta tópica y continuamente tropieza con lo improbable hecho una realidad que el lector percibe como cotidianeidad, hasta el punto en que es imposible no imaginarse al propio escritor viviendo las escenas y pensamientos que atribuye a sus personajes y transfiriéndoles sus impresiones y momentos personales. De hecho, lo más (lo único) "novelesco" (permítaseme) de la historia, el final, resulta sorprendente pero no redondo. No cuadra con el resto de la sucesión de estampas con las que el lector puede conectar sin esfuerzo.
Pero me ha llamado especialmente la atención, y doy por hecho que es uno de los factores que han determinado el prolongado éxito de la obra en las librerías, que el autor ha eliminado lo que en algunas ocasiones he oído nombrar como "elipsis sexual": ese momento que estamos acostumbrados a que desaparezca de las historias, en cine, en literatura, en teatro, en pintura, porque no es socialmente correcto, aún, mostrar la crudeza (?) del sexo. Se excluye el contacto carnal del arte o se simboliza ingenuamente como si no formase parte de la vida y, por tanto, de las expresiones artísticas. Como mucho, se le permite la marginalidad de la pornografía. Pues bien, Houllebecq no elide el sexo de su historia, sino que lo incluye como un elemento más de la acción y de la identidad de sus personajes, conformándolo como parte de esa normalidad de la que hablaba antes. Y lo hace bien: el lenguaje es claro y directo, sin recurrir a las imágenes ingenuas a las que nos tiene acostumbrados la hipocresía bienpensante que inventó lo de las abejitas y las flores. Es difícil escandalizarse y más difícil todavía darle mayor atención que la que el autor le concede. Un verdadero logro que nos lleva a pensar que, algún día, quizá, nadie vea normal que los amantes se besen apasionadamente y... ahí acabe la escena, como si tal cosa.
Finalmente, otro aspecto destacable del libro es su latente crítica social e ideológica, presente en cualquier análisis mínimamente riguroso que hagamos de la obra: la burguesía y su sistema de valores, representada en el protagonista; la mercantilización de la sociedad y el poder del dinero sobre cualquier moral; la ilusión de libertad posible, que se personifica en el personaje femenino principal... Previsible en un autor de la trayectoria de Houllebecq, algo tópica, pero más clara de lo que estamos acostumbrados a ver de un tiempo a esta parte en las literaturas europeas.

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