viernes, 23 de septiembre de 2011

Más impuestos, por favor


Una de las pruebas más claras de que estamos llegando al abismo es la ruptura de la lógica.
El mercado se hunde a sí mismo con el fin de comprar a bajo precio y esperar luego subidas a niveles medios con tantos por ciento descomunales de un beneficio que llegará pronto o tarde (claro que llegará, ¿lo dudáis?).
Los políticos no saben qué hacer, pero no paran de hacer cosas (principalmente meter la pata), y sobre todo de hablar de lo que habría que hacer, como el que en la barbería ve pelar las barbas del vecino remojándose las suyas.
Los que trabajamos por cuenta ajena ya no lo hacemos por el sueldo; se saldrá adelante como sea si nos suben los impuestos, si nos reducen el salario o si hay expedientes de regulación y nos mandan a la calle unos meses; lo importante es conservar el puesto. Trabajar para no perder el puesto de trabajo, como si fuera esa silla cuando te fuiste a Sevilla.
Lo mismo les pasa a los que trabajan para sí mismos, los autónomos y pequeños empresarios, los agricultores: no es que no estén ganando dinero, es que lo pierden... pero se trata de no cerrar el taller o la tienda, de no vender la tierra. ¿Ganar dinero? Que se lo digan a los farmacéuticos.
Hay parados que cobran más así que trabajando, y en mejores "condiciones laborales", visto como se tiende poco a poco un régimen de semiesclavitud competitiva (trabaja si quieres comer) con los países emergentes (cuya población no tiene más remedio que conformarse con comer poco, y eso es lo que habría que cambiar).
Y, para colmo, ahora me salen los millonarios del mundo (no es una ONG, ¿eh?), pidiendo que, por favor, de una vez, ya, por lo que más quieran los gobernantes del mundo (que tampoco son una ONG, seguro), que les suban los impuestos. Están hartos los pobres de no pagar como todo quisque. Vale que tienen la mayoría de su patrimonio en paraísos fiscales, o que dominan a la perfección las estrategias de evasión fiscal. Bien, de acuerdo. Pero al menos permitidles que se diviertan viendo como les dejamos ocupar el papel de los rumbosos que quieren pagar a escote aunque son los dueños del bar.
No os dejéis engañar.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven, de Albert Espinosa


O yo soy muy raro o es que el abstracto público lector es tonto sin más.
Estoy hablando del libro superéxito total de la muerte de la última temporada, que arrasó por goleada en la feria del libro de Barcelona, a cuyo autor entrevistó el propio Buenafuente y del que se encuentran 420.000 referencias en 0,31 segundos de Google, incluida una página de Facebook en la que se pueden leer todo tipo de alabanzas y agradecimientos de un montón de gente a la que la citada novela ha cambiado la vida y a los que, dicen, ha animado a la lectura y acercado a la literatura.
Todo eso después de que yo, con los ojos como platos, acabara de leer esta redacción de instituto (y hablo por experiencia: he leído narraciones de chavales de la ESO que superan con creces en todo, excepto quizá en extensión y no tanto, este bodrio), avasallado todavía por su ni siquiera conseguida pretensión de ser un libro de autoayuda barato y lleno de frases de galletita china de la suerte. No hay argumento (al menos completo y con sentido); no hay personajes, sino bocetos infantiles de arquetipos sin el más mínimo relieve; no hay estilo definible más allá de la dispersión (pero no la dispersión del que deconstruye sino la del que no sabe construir) y el bajísimo dominio de la gramática textual. Uno llega a tener la impresión de que no se trata de un libro sino de la redacción a sucio de una idea (mala). Una verdadera patata.
No soy nunca tan duro con una obra (?) en ninguna de mis opiniones de este blog -creo que es la primera vez que me permito este nivel de rechazo al escribir una reseña-. Pero es que no me queda más remedio que decirle al autor lo que muchas veces me digo a mí mismo (y podéis encontrarlo en muchas entradas pasadas): si no vas a llegar a hacer Literatura, si no tienes nada que decir, si no sabes escribir, no escribas. Hay muchos que saben hacerlo y no podrán porque tú estás ocupando un sitio en las estanterías sólo para vender humo, palabras vacías encuadernadas.
Yo me aplico el cuento y eso legitima mi exigencia: déjalo, Albert Espinosa. No pienso decirte que vengas. Que me devuelvan el dinero.
Termino prometiéndome dejar ya las lecturas que recomiendan con el adjetivo de "fresquitas", "veraniegas", "originales" o "refrescantes". Ya he tenido bastante.
Mañana empiezo a releer Rayuela otra vez.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Nemirovsky


Últimamente me ha dado por las lecturas fresquitas y veraniegas. Y así me va...
Los perros y los lobos, de Irène Nemirovsky me ha decepcionado. Es un cuento de hadas con toques de romanticismo francés y victimismo judío, todo entremezclado. Como un gran pastel de varios pisos, cada uno de un sabor a más alto más dulzón y terminando en un inefable almíbar pegajoso.
Incluso estoy sorprendido de su éxito de ventas, porque no hay en este libro ingredientes de gran audiencia: ni la acción trepidante de El código Da Vinci, ni el juego psicológico de Stephen King, ni el entramado intrigante de La tapadera o El jardinero fiel... No sé. Ni eso. No me encaja que tanta gente haya encontrado en una nueva versión de la Cenicienta, ahora con toques de pintora bohemia y Oliver Twist, motivo suficiente para convertirlo en superventas internacional. El secreto puede estar en la propia autora, cuya biografía, desde luego, es casi más novela que sus escritos; eso siempre resulta. Muchos leen al escritor no el libro. Y, en este caso, los paralelismos son muchos entre uno y otro, porque la vida de Nemirovsky es sin duda la materia prima de esta historia. También puede ser que el estilo, a momentos decimonónico y siempre relamido, sea una baza comercial para cierto tipo de público con ínfulas de culturilla. O la superficialidad de la mirada narrativa, atenta hasta la exasperación a los matices de color o el tacto de texturas, que es una clave para establecer el retrato robot del lector potencial, para el que la sensualidad es primordial en el relato, por encima del avance de la acción y de la profundidad de los personajes.
"No hay libro tan malo que no tenga algo bueno", decía Cervantes. Pues sí: la descripción de los personajes, sobre todo al principio del libro, demuestra que la escritora dominaba la técnica del retrato; además, la voz narradora es clara y femenina, delicadamente sutil, en algunos pasajes
que atribuyen destellos de personalidad al conjunto.
No digo más. Allá vosotros.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Plataforma, de Houllebecq


Desde hace tiempo tenía interés en echarle el ojo a algo de Houllebecq. Tuve ocasión de leer unos versos suyos, un adelanto en la prensa de su último poemario, y me llamaron la atención. Ahora, estos días, ha caído en mis manos un ejemplar de Plataforma que no he dejado escapar. Es prosa; una novela extraña y multiforme como aquellos poemas.
Desde luego, el autor domina el lenguaje; juega con él y lo transforma de coloquial en comercial, de descriptivo en filosófico, de reflexivo en analítico. Además, está de fondo ese juego mismo con la acción, que se presenta tópica y continuamente tropieza con lo improbable hecho una realidad que el lector percibe como cotidianeidad, hasta el punto en que es imposible no imaginarse al propio escritor viviendo las escenas y pensamientos que atribuye a sus personajes y transfiriéndoles sus impresiones y momentos personales. De hecho, lo más (lo único) "novelesco" (permítaseme) de la historia, el final, resulta sorprendente pero no redondo. No cuadra con el resto de la sucesión de estampas con las que el lector puede conectar sin esfuerzo.
Pero me ha llamado especialmente la atención, y doy por hecho que es uno de los factores que han determinado el prolongado éxito de la obra en las librerías, que el autor ha eliminado lo que en algunas ocasiones he oído nombrar como "elipsis sexual": ese momento que estamos acostumbrados a que desaparezca de las historias, en cine, en literatura, en teatro, en pintura, porque no es socialmente correcto, aún, mostrar la crudeza (?) del sexo. Se excluye el contacto carnal del arte o se simboliza ingenuamente como si no formase parte de la vida y, por tanto, de las expresiones artísticas. Como mucho, se le permite la marginalidad de la pornografía. Pues bien, Houllebecq no elide el sexo de su historia, sino que lo incluye como un elemento más de la acción y de la identidad de sus personajes, conformándolo como parte de esa normalidad de la que hablaba antes. Y lo hace bien: el lenguaje es claro y directo, sin recurrir a las imágenes ingenuas a las que nos tiene acostumbrados la hipocresía bienpensante que inventó lo de las abejitas y las flores. Es difícil escandalizarse y más difícil todavía darle mayor atención que la que el autor le concede. Un verdadero logro que nos lleva a pensar que, algún día, quizá, nadie vea normal que los amantes se besen apasionadamente y... ahí acabe la escena, como si tal cosa.
Finalmente, otro aspecto destacable del libro es su latente crítica social e ideológica, presente en cualquier análisis mínimamente riguroso que hagamos de la obra: la burguesía y su sistema de valores, representada en el protagonista; la mercantilización de la sociedad y el poder del dinero sobre cualquier moral; la ilusión de libertad posible, que se personifica en el personaje femenino principal... Previsible en un autor de la trayectoria de Houllebecq, algo tópica, pero más clara de lo que estamos acostumbrados a ver de un tiempo a esta parte en las literaturas europeas.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Dulce jueves, de Steinbeck


Steinbeck siempre logra algo especial: que compartamos el silencio del indio Kino de La perla, que no odiemos a George por matar a Lennie en De ratones y hombres...
En Dulce jueves nos convierte en cómplices.
Nos encontramos con un devenir desordenado, algo faulkneresco pero con notas personales: fluidez narrativa en líneas discontinuas, sucesión de imágenes apenas insinuadas pero no por ello menos cargadas de fuerza que en otros de sus libros, personajes desdibujados e indefinidos pero complejos e interesantes e impredecibles.
El propio autor hace una declaración de intenciones al principio del libro, por boca de uno de los personajes: quiere escribir una historia sin descripciones y sin presuposiciones. Sin estructura artificial; orgánica y autosuficiente como el devenir mismo de la vida.
Y eso es lo que se encuentra el lector, una historia que cobra vida propia más que imaginaria, que se crea como lectura personal y única partiendo de unas bases que el escritor ha trabajado para precisamente permitir ese difícil proceso de la implementación necesaria del receptor del texto para lograr el nacimiento de sus personajes, su movimiento, sus acciones dentro del universo no pre-creado hasta que uno abre la primera página y comienza a leer.
No soy amigo de resumir argumentos, eso ya lo hacen las solapas de los libros destinados a venderse bien, pero es que en este caso, además, me sería enormemente difícil contar lo que pasa en esta novela. En todo caso os podría explicar lo que pasa en la que yo he leído. Pero eso no tiene ningún interés.
Mejor dejad que fluya ante vuestros ojos otra diferente.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Razón y horizonte de la crisis


Hay sesudos estudios sobre el tema, muchos economistas que indagan, los filósofos reflexionan, profundizan en las razones de la crisis, la tan cacareada crisis económica (y de fondo, crisis de valores, dicen). Y no voy a venir yo ahora con la clave, desde luego, que me sobra modestia y me falta entendimiento (¡Fíjate que ironía me acaba de salir con la modestia y el creerse un listo...!), y, por si fuera poco, no soporto a los del "estoescomotodo". No. No van por ahí mis tiros.
Es que simplemente quiero insistir en que esto no es una crisis, sino una consecuencia (no llevará a cambio de modelo, sino a dar un paso más en el vigente); que no es económica, sino cultural (afecta, fundamentalmente a nuestro modo de vivir y de ver el mundo); que no está en manos del mercado ni del sistema solucionarlo porque no son ellos quienes la producen, sino nosotros, cada uno de nosotros, que pensamos que es normal que salga en el telediario el más famoso, el más poderoso, pero no necesariamente el mejor, y que envidiamos a los que tienen y no a los que son, a los ricos y no a los buenos; que esta situación no terminará con medidas de reactivación o con creación de empleo o con control de las primas de riesgo, sino cuando lo que están ganando dinero con todo este barullo dejen de ganarlo.
La culpa es de todos y todo seguirá así mientras veamos normal que comprar y vender sean los criterios por los que cualquier cosa determina su valor.