El trabajador se ennoblece con su labor tanto como el soldado alcanza de la gloria victoriosa tras la batalla. Nada. El primero aúpa con sudor a su burgués empleador hasta la aristrocracia monetaria; el segundo sangra las medallas que condecoran al general que engordaba entre el botín acumulado de la campaña. El que trabaja vuelve más cansado a su puesto al día siguiente, cada día un poco más muerto, hasta formar parte del listado de jubilados, inservibles y libres; el que pelea vuelve a mutilarse en cada contienda, o muere y pasa a formar listas de héroes, inservibles y ya libres, que se graban en piedra monumental.
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