miércoles, 30 de junio de 2010

Profe

El día en que se jubiló, el viejo profesor quemó sus libros y la enorme caja del fichero en el que había ido juntando, en diversos formatos, colores y tamaños, las fichas y listas de todos sus alumnos. Allí estaban las fotos, descoloridas, y las notas, olvidadas seguro, como la disciplina y la ciencia aprendidas o suspendidas. Reseñas de miles de exámenes con tachones, de redacciones corregidas en rojo, de ejercicios en la pizarra, de preguntas orales, de pruebas de lectura... Todo ello codificado en un sistema personal de números, letras y colores que se había ido perfeccionando a cada curso.
No recordaba más de una docena de aquellas caras, y pronunciar en vacío sus nombres era como leer el listín telefónico; si hubiese corregido de nuevo sus exámenes, la nota hubiera sido distinta, como examinando y examinador eran ahora diferentes. Ni uno sólo de aquellos chavales, hombres y mujeres ya, le recordarían tampoco; y mucho menos lo que intentó enseñarles, que él empezaba hoy a olvidar también. Las caracterizaciones de sus comentarios de ficha ("pasivo", "inteligente", "descuidado"...) no serían aplicables ahora a los sujetos que entonces no eran más que proyectos de sí mismos.
- Nada - se dijo-. No ha servido para nada.

1 comentario:

  1. Hombre, se entiende lo de los exámenes y demás (yo no les concedo más de un año de supervivencia), pero ¿los libros?

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