Hoy, los primeros versos del anónimo Cartar de Mío Cid, en el manuscrito de la BNE, copia que data del siglo XIV de un original firmado por Per Abbat en 1207: "De los sus ojos tan fuertemente llorando..."

Literatura, reflexiones, críticas, comentarios, relatos, poemas. Tampoco esperes mucho más...
Mejor callar...
Si acaso,
escribir.

Todos desean volver a casa, aunque nadie lo dice; quizá los niños. Todos saben que su monotonía les hace dichosos, a pesar de que han presumido delante de todos de que la iban a romper, de que podrían desconectar, de que son clase media con suficiente poder adquisitivo como para transformarse en turistas accidentales una vez al año, o dos, si les da por el masoquismo.
Nuestro segundo grupo playero objeto de análisis son las laboriosas madres de familia, que insistieron en ir de hotel porque en el apartamento les toca cocinar, fregar y hacer las camas, como en casa, así para qué; se hacen ilusiones de descanso y luego marcan con las arrugas horizontales de su rostro la decepción de no haber enseñado a sus hijos a callar, a atarse las zapatillas, a decidir qué hacer si se aburren, a entender qué son unas vacaciones en definitiva. Las vigilantes madres sienten, además, que el medio amenaza la seguridad de su prole y se afanan en untarles cremas anti-medusas, anti-alergias, anti-uva y anti-picaduras de insectos (anti-prurito en general, podríase decir), y en controlar al mínimo sus horas de digestión, de sueño, de sol. Ni una sola ocasión de tumbarse sobre la arena y cerrar los ojos. Bendito colegio...
Si se hace un recorrido visual por la playa, hay pocas sonrisas que inventariar, al contrario de lo que se prodría suponer. La mayor parte de los que están en su añorado periodo de vacaciones siente el desengaño de que haya llegado y se haya realizado, como todo, de manera tan imperfecta. Y se amargan por ello. Los gestos resultan tan lejanos a la beatífica expresión de paz como a la feliz carcajada de excitado nerviosismo ansioso y divertido. Por el contrario, el abanico de posibilidades va desde los labios torcidos de contrariedad a la nariz furiosa de fosas abiertas y grito desmedido, pasando, por supuesto, por la mirada pasiva tras las gafas de sol y la mano señaladora y acusadora del reproche.

Me encuentro, curioseando por ahí, que es la forma más útil de perder el tiempo siempre un poco huero de las vacaciones, con un libro que hace saltar todos mis resortes de atención: Cómo cagar en el monte.
El vuelo estaba siendo tremendamente tranquilo. El aeroplano surcaba un cielo azul sin la más mínima señal de nubes en el horizonte, sin apenas viento, sin novedad.
¡Será posible! ¡Maldita sea mi sombra! Me divorcio. Me vengo de vacaciones en junio, que hay menos gente, al quinto pino para estar solo, pagando el suplemento por uso individual de la habitación del hotel, que es algo que nunca entenderé. Me busco el sitio más apartado de la larga playa casi desierta de esta ciudad del norte, que es más para venir en otoño que en verano. El chiringuito más vacío, casi en la bocana del puerto. La mesa más apartada, junto a las papeleras. Pido un gin-tónic, porque en treinta y siete años nunca me ha dejado beber una puñetera copa aquella harpía... Que ya va siendo hora de hacer lo que me dé la santa gana... ¡Solo, por fin! ¡Solo! Para entretener los dedos me pongo a arrancar la etiqueta del refresco poco a poco, con el piquito de la uña... y ¿qué me encuentro? ¡Me ha tocado el premio gordo de la promoción veraniega! Un crucero al Caribe "para compartir con tu pareja siete noches románticas de lujo y relax", y, "por si te parece poca marcha", una estancia en playa Bávaro "con los diez amigos que tu elijas, que estarán esperándote allí cuando desembarques". ¡Mis muertos!
Se decidió a buscar una hipoteca para comprarse ese lugar donde vivir que nuestras madres dicen que necesitamos y los políticos creen que podemos pagar.
Discusión de pareja. Noche de verano, con los balcones abiertos. Él fuma en silencio echado hacia adelante con los codos apoyados en las rodillas; ella habla con calma, sin alzar la voz, y mira de vez en cuando al techo y permanece así un rato, inclinada la espalda sobre el cerco de la puerta que da al pasillo a cuyo fondo se ve una luz mortecina, de lamparita de mesilla de noche.
Sus miradas se cruzaron en un gesto agrio, previo al consiguiente recorrido visual de arriba abajo que siempre se da en tales circunstancias: ¡llevaban el mismo vestido! La fiesta anual de la mafia, todos los capos del país allí, sus mujeres, sus amantes, sus mammas, y ¡ellas llevaban el mismo vestido! Fucsia, con escote palabra de honor y falda vaporosa de plisado fino irregular. Diseño italiano, por supuesto. Una pasta gansa. Y lo de menos es eso: la humillación era insufrible para ninguna de las dos. La alta sociedad del crimen organizado comentando en murmullos lo cómico de la situación, preguntando la filiación de las protagonistas de la conjunción de destinos, lamentando entre risitas la mala suerte que nos hace a unos afortunados y a otros desgraciados.