viernes, 7 de agosto de 2009

Sana vergüenza

Discusión de pareja. Noche de verano, con los balcones abiertos. Él fuma en silencio echado hacia adelante con los codos apoyados en las rodillas; ella habla con calma, sin alzar la voz, y mira de vez en cuando al techo y permanece así un rato, inclinada la espalda sobre el cerco de la puerta que da al pasillo a cuyo fondo se ve una luz mortecina, de lamparita de mesilla de noche.
- Eres un sinvergüenza. Un cerdo. Un canalla. Y encima me lo dice... No sólo te acuestas con esa perra; encima me lo cuentas, como si tuvieras que presumir de hazañas. Si yo sé lo que tú eres en la cama... Lo que no entiendo es qué ha visto ella en ti, porque poco hay. Miserable. Todos estos años aguantándote, pensando que era una mala racha, que volvería a ser todo como antes, y vas y te tiras a la primera que se te cruza. Y me lo cuentas. De sopetón. Sin avisar. Llegas del trabajo agotada y te encuentras con que tu marido tiene que hablarte, ¿de qué?, de que se va de picos pardos en cuanto te das la vuelta. ¿Te gastas nuestro dinero en ella, también? Es lo que faltaba, yo deslomada para que el señorito se las dé de dadivoso. Porque seguro que saca algo de ti. Tú no mereces ni mucho menos la pena; algo le darás que le sirve. Pero tú no eres lo que busca. No te hagas ilusiones. Esa quiere sacarte lo poco que tienes. Lo que tenemos. La habrás invitado a cenar, alguna joya... Lo que está claro es que, mírate, no ha sido porque hayas despertado la pasión de nadie, capullo. Das pena. Casi tanta como yo, aquí aguantando el chaparrón cuando tendría que coger la maleta e irme dando un portazo. Nunca has servido para nada: ni como marido, ni como hombre, ni como persona. Y, por si fuera poco, se va con otra... Ya ves.
Tres minutos y cuarenta y dos segundos de silencio. Casi un cigarrillo.
- Siento habértelo contado, Mónica.
- Ni me nombres.
- Siento habértelo contado, Mónica. Quizá debería haber hecho como tú, y callármelo... Sí. No me mires con la boca abierta. ¿Creías que no lo sabía? Quizá sea un miserable y un cerdo y un capullo y yo qué sé, pero al menos no te miento. Y yo te quería cuando me casé contigo. Tu a mí no. ¿Por qué lo hiciste? Nunca te he pedido cuentas por lo que te he dado. Tú a mí sí. ¿Me vas a traer la factura? Nunca he creído que eras poca cosa, ni siquiera lo creo ahora. Tú me desprecias: ¿que nadie puede enamorarse de mí? Desde luego, tú nunca lo estuviste, eso es cierto. No he tenido contigo sólo un compromiso, que es lo único desde hace años te ata a ti conmigo. ¿Sólo papeles? Nunca te he exigido quedarte, ni te he pedido la pasión que no sientes. Soy incapaz de odiarte, de engañarte, de chantajearte. Si yo estuviera en tu lugar, te daría un beso y me iría. Pero claro, yo soy un sinvergüenza...
Diecisiete segundos de silencio.
Se levantó. Le dio un beso, y se fue, cerrando la puerta con cuidado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario