miércoles, 26 de agosto de 2009

Más tormentas de verano en un verano sin tormentas 1

Si se hace un recorrido visual por la playa, hay pocas sonrisas que inventariar, al contrario de lo que se prodría suponer. La mayor parte de los que están en su añorado periodo de vacaciones siente el desengaño de que haya llegado y se haya realizado, como todo, de manera tan imperfecta. Y se amargan por ello. Los gestos resultan tan lejanos a la beatífica expresión de paz como a la feliz carcajada de excitado nerviosismo ansioso y divertido. Por el contrario, el abanico de posibilidades va desde los labios torcidos de contrariedad a la nariz furiosa de fosas abiertas y grito desmedido, pasando, por supuesto, por la mirada pasiva tras las gafas de sol y la mano señaladora y acusadora del reproche.
Podemos concretar los casos de una forma más concreta y reconocible. Por un lado, los padres de familia, con ese rictus que parece preguntar qué destino puede, además, hacerte pagar con el sudor de un par de meses esa desgraciada porción ilusoria de ocio que acabará cubierto por el constante acarreo de fardos y por horas y horas de conducción hasta llegar al inmundo alojamiento turístico de primera clase sólo en la foto, en el que las sábanas huelen a detergente industrial sin suavizante incorporado, en el mejor de los casos, y que, sí, está cerca de la playa, pero ésta nunca es como la que soñaste.
¡Quiero irme a casa!

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