martes, 4 de agosto de 2009

Sana envidia

Sus miradas se cruzaron en un gesto agrio, previo al consiguiente recorrido visual de arriba abajo que siempre se da en tales circunstancias: ¡llevaban el mismo vestido! La fiesta anual de la mafia, todos los capos del país allí, sus mujeres, sus amantes, sus mammas, y ¡ellas llevaban el mismo vestido! Fucsia, con escote palabra de honor y falda vaporosa de plisado fino irregular. Diseño italiano, por supuesto. Una pasta gansa. Y lo de menos es eso: la humillación era insufrible para ninguna de las dos. La alta sociedad del crimen organizado comentando en murmullos lo cómico de la situación, preguntando la filiación de las protagonistas de la conjunción de destinos, lamentando entre risitas la mala suerte que nos hace a unos afortunados y a otros desgraciados.
Sus maridos, del brazo de sus cónyuges, permanecieron ajenos a lo que ocurría hasta que sendos codazos y avances de barbilla mutuamente dirigidos les integraron en la bulla general.
Si tu mujer te hace gestos como los señalados en una ocasión como la descrita, tienes dos opciones: decir "¿Qué mas da?", o "Lo solucionaremos, querida".
Las dos parejas, algo abochornadas, se apresuraron a abandonar el salón en busca de un espacio más reservado que les permitiese el receso. Cuchichearon ambas parejas respectivamente en un extremo y otro de las oscuridades de la terraza y ellas, las dos, cogieron su teléfono y marcaron un número. Hicieron una breve llamada antes de volver al acto social.
Una vez allí, ya decaído el interés por la coincidencia indumentaria, trataron las dos damas de no perderse de vista, pero sin mostrarse atención.
Unos veinte minutos después, a las dos les sonó el teléfono casi a la vez. Una señora recibió la mala noticia de que su hijo, mientras jugaba al golf en el club de campo, había sufrido un accidente desgraciado: una pelota perdida había abierto su cabeza como una cáscara de nuez. Marido y esposa con vestido repetido salieron corriendo hacia el hospital. La otra señora fue informada de que su preciosa mansión del acantilado estaba ardiendo por los cuatro costados, quizá por una explosión de gas. Se ausentó este segundo matrimonio también apresuradamente de la fiesta, con el fin de ocuparse de salvar lo que fuese posible.

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