viernes, 10 de julio de 2009

Fernández Mallo

Es uno de los escitores que se incluyen en esa selección de "mutantes". Seguramente el más conocido; ha salido en alguna ocasión en televisión, incluso (el no va más para un escritor vivo o muerto, como todos sabemos...).
Tiene de original que es un físico dedicado a la literatura, aunque también hay que reconocer que la física actual es prácticamente poesía (y si no me creéis dadle una vueltecita a la teoría de las supercuerdas y los universos paralelos; pocos artistas, quizá Borges, podrían pensar algo como eso). Y es lo único que se me ocurre como rasgo de originalidad, porque en lo demás, al leer su libro, Nocilla Dream -y mira que da reparo ya ponerse a leer un libro con ese título, que suena a musical malo de Broadway-, da sensación de pizza recalentada en el microondas. Me recuerda a otro indescriptible, Ray Loriga, ¿os acordáis? Tengo por ahí un libro suyo que alguien me regaló (me niego a pensar que lo compré, ni siquiera por curiosidad) en el que aparece su retrato, en la contraportada (no es habitual, que lo normal es la solapa, pero pase...) y también ¡en la portada!, a toda plana, sin recato. Odio a los escritores que aparecen como portada de sus libros, y más si, como es el caso, tienen cara de mala leche, de cabreo. Encima.
Pues Fernández Mallo, sin llegar a esos extremos ético-estéticos, escribe de manera similar a Ray Loriga. En realidad, algo mejor que él, pero en su línea: fragmentar y fragmentar la historia para que no se note que eres incapaz de articularla adecuadamente, para parecer vanguardista; fragmentar y fragmentar porque eres incapaz de escribir más de dos páginas seguidas y porque a pequeñas dosis todo parece más intenso.
Puede resultar curioso, pero que a estas alturas alguien crea que escribiendo así se cuelga la medalla de la novedad genial, lo único que indica es que no ha leído a Faulkner (perdónalos, porque no saben lo que hacen). Les recomiento Mientras agonizo. También es América profunda, vidas sin dirección, Mississippi puro y duro y gente que ni busca ya. O mejor, si lo encontráis, Palmeras salvajes. No he leído nada más crudo en mi vida.
Es una de las cosas que me echan para atrás cada vez que intento escribir: cómo voy yo a ser capaz de redactar un par de líneas que merezcan suficientemente la pena. Nunca escribiré una página en la que nadie deba entretenerse un minuto si le queda una sola línea de Faulkner, de Hesse, de Cervantes por leer. No es falsa modestia. Es la conciencia de que sólo debería escribir quien pueda hacerlo (no se aprende) y de verdad tenga algo que decir, y sólo las páginas que necesite para decirlo. Una conciencia que la mayor parte de los escritores que escriben no tienen.

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