lunes, 20 de julio de 2009

Historias sin más historia 1

Caminar por las veredas de polvo entre trigales a pleno sol de verano no es algo que canse; es algo que consume. Los ojos casi cerrados se anegan de luz hasta dejar de ver. La piel arde y se endurece, como el cuero de las botas. La boca se cuartea, como el suelo que se pisa.
En esa hora a la que casi nadie se atreve a romper el halo de la canícula, el muchacho pasó caminado apresurado frente a la sombra escuálida de una higuera a cuya vera me había sentado para esquivar el sofoco. Lo llamé con un siseo y le invité con una palmada en el suelo a que se sentara a mi lado.
- Te va a comer el calor... Siéntate un rato.- Le dije.
- Me esperan.
- Seguro. Descansa, hombre. Irás más deprisa cuando caiga el sol.
- Un rato, si acaso.
Y se sentó. Apoyó la espalda en el árbol, miró al final del camino, a la luz que se filtraba entre las hojas. Se aflojó las botas.
- No es bueno tener prisa. -Sentencié, por iniciar conversación...
- Ya... Me esperan.
- Da igual. No vas a llegar a ningún sitio. Nunca tengas prisa.
Parecía no escuchar.
- Mi hermano se va de viaje.
Tirando piedrecitas a las moscas que se posaban en su rodilla.
- Él tampoco va a ninguna parte. De verdad.- Repetí.
- No creo que se vaya hasta media tarde... Y si no, me esperará un poco.
- No hay nada que esperar. Te lo aseguro.
Un silencio terroso y seco.
- ¿Qué?
Me miró de reojo.
- Podrías venir conmigo... - Propuse, sin ánimo de apremiarle.
Reaccionó receloso.
- ¿Pero qué dice? Yo no le conozco de nada... Me marcho ahora mismo.
Hizo intención de levantarse pero agarré la manga de su camisa y le insistí, sin levantar la vista.
- Es mejor que vengas.
- ¿Dónde? ¿Para qué? ¡Si yo no lo he visto en mi vida! ¿Quiere robarme?
- No digas tonterías. No te voy a robar ni a hacer daño... Ya lo habría hecho.
El muchacho se zafó de mi mano, se levantó y salió corriendo. Y no he vuelto a verlo hasta hoy.
Yo sólo quería ponérselo más fácil. Iba por ahí diciendo que había escapado de mí, aunque más de una vez ha venido luego a sentarse solo a la sombra de esta higuera: como cuando volvió de la guerra por este mismo camino, o el día en que enterraron a su madre...
Ayer murió su mujer en el parto de una niña, y se ha quedado aquí toda la noche. Al amanecer, cuando todavía no hacía calor, se ha colgado con un nudo en la garganta. No ha sido rápido. Ha pataleado el aire durante un largo par de minutos.
Yo sólo quise ponérselo más fácil. Pocos aceptan el atajo. No lo entiendo.

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