martes, 21 de julio de 2009

Historias sin más historia 2

La idea original surgió en la visita a una lejana ermita de un cristo solitario, perdida en un páramo castellano más allá de un innominado pantano siempre a medio llenar.
La piedad de los devotos copaba de anatomías de cera las cuatro paredes de la pequeña construcción de piedra y ladrillo, nada vistosa, ni por fuera ni por dentro, pero indudablemente curiosa por esta exposición de partes sin correlación: del techo al suelo se veían colgadas, sin orden alguno, desproporcionados, decenas, centenas de pies, brazos, orejas, manos, dedos, rodillas flexionadas, espaldas sin vientre y vientres sin espalda -como partes de coraza-, narices, incluso dentaduras y muelas sueltas.
Podrían suponerse muchas de las patologías milagrosamente sanadas por intercesión divina (piernas y brazos rotos, dolor dental, de espalda, de pecho, sorderas, deformidades quizá...), pero la pregunta que surgía inevitablemente era cómo representar simbólicamente algunas otras. ¿Cómo ofrecer la promesa por una úlcera de estómago, una enfermedad cardíaca, una leucemia, un cáncer de pulmón, una exitosa operación de amígdalas? La simbología no puede reducir el ámbito de actuación divina. Seguro que, aunque el fiel no encuentre el símbolo de su promesa, Dios sabrá curar tales afecciones ¿no? ¿Por qué limitar el culto, pues? Hay que modernizar la relación con Dios.
Partiendo de ahí, y como tiene que ser, el fabricante de "sexvotos" (Sexvotos Carracedo S.A.) había comenzado su negocio con el correspondiente estudio de mercado. Consultó en bibliotecas e internet, recorrió pueblos y santuarios, y se informó a través de las autoridades religiosas de los diferentes lugares de devoción de su posible zona de influencia comercial, encontrando sorprendentemente que muchos de ellos, por tradición, eran lugares frecuentados por personas con problemas en su vida íntima: la impotencia, las irregularidades y dolores menstruales, el vaginismo y, en general, todo aquello que conlleva la pérdida del placer humano por antonomasia, eran objeto de solicitud y petición a las divinidades más diversas (cristos, vírgenes y santos-as).
Una vez descubierto el nicho de negocio y sorteada la primera oposición eclesial con jugosas comisiones y razonamientos espirituales de difícil rebatimiento -como el hecho de que tales y cuales son igualmente partes del cuerpo, y de que tales y cuales habían sido creadas igualmente por Dios y eran parte del templo que se nos había dado, todo él supeditado a la enfermedad y el desastre que siempre es reflejo del maligno-, empezó la fabricación en serie de falos erectos y labios vaginales abiertos de cera.
Y el éxito fue fulminante. Todos los varones y mujeres respetables vieron abierta la veda para pedir ("y se os dará", que dice la Palabra) por su vida sexual, sin complejos, con la devoción de quien ruega por un moribundo, con el objeto bendecido de su petición normalizado por la tradición y la fe de los antepasados.
Las iglesias, las capillas, las ermitas, se llenaron de objetos que les daban apariencia de un sex shop pero con funcionalidad bien diferente: no eran para uso práctico ni humano, sino para utilización metafórica y divina. No costó demasiado a la clerecía asentar este juego lógico en sus feligreses y aprovechar santamente el don monetario que se les concedía. Siempre, por supuesto, con la vista puesta en obras de caridad, su favor fue decisivo.
Dieciséis millones de unidades, en números redondos, se vendieron el primer año. Diez de falos y seis de pubis de cera.
Sin duda el sexo está, sobre todo, en la cabeza.

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